jueves, 25 de febrero de 2010

Desempolvando recuerdos

Hace tiempo que tenía en mente escribir ésto y lo postergué hasta ahora, no por nada en especial sino porque cada cosa tiene su momento y a esta historia le llegó el suyo de ser compartido.

Hace unos cuantos años y por esas cosas de la vida, viajaba bastante seguido a un lugar de la provincia de Buenos Aires y así comencé a frecuentar un polígono de esos “donde se aprende a defender la patria”.
Me cruzaba ahí con unos pocos y heterogéneos tiradores que concurrían a despuntar el vicio, como ellos mismos decían. Digo heterogéneos porque en un mismo y no muy espacioso polígono, estaba el que tiraba arma corta, larga, diferentes calibres, avancarga y hasta una vez apareció uno con una ballesta. Nada que ver con la organización de otros lugares.
En aquella época tiraba con arma de fuego y el AC era solo un recuerdo de mi infancia, el Rubí 4.5 no salida del ropero. Algunas veces concurrí con “el Taurus .44” otras con “la isleña” y hasta con los fierros de avancarga;“El Hokken .50” y el “Fratelli Pietta new army”.
Como suele ocurrir en esos sitios uno siempre se cruza con las mismas caras al poco tiempo mi condición de forastero (y porteño) fue desplazada por la de fierrero amigo propiamente dicho. En breve llego la invitación al asado de rigor.

Seria en la quinta de uno de los tiradores y me advirtieron que fuera provisto de los enseres para el asado y un rifle de AC. Me aclararon lo del rifle ya que había espacio para hacer unos tiros y tenían por costumbre agujerear latas (junto con la picadita) mientras se asaba la carne.
Así fue, la noche anterior le puse un par de gotitas de aceite Singer al Rubí para que entrara en acción al día siguiente. Por la mañana cargue mis cosas y sali.

Ya en la quinta, éramos unos ocho Fierreros, la sangre nos circulaba mas rápido por la excitación que el entorno nos provocaba, aire libre, olor a pasto húmedo, quincho con ir y venir de amigos, la carne a punto de ser tirada a la parrilla, el salamito, el vasito de coca con fernet o el Malbec y por sobre todo el olor a aceite de las armas.

Pusieron un par de latas colgadas del alambrado, estábamos a unos veinte metros. Todos tenían rifles nacionales, la mayoría Mahely. Uno de los muchachos Alberto, tenía un engendro raro sin marca, era 5.5 de quebrar con una linda culata, bastante gastado pero se lo veía noble, me llamo la atención lo esmerado de la terminación de la mira ortóptica que poseía. Lo había visto en el polígono tirar con avancarga y nos relacionaba ese tipo de arma ya que como dije, varias veces yo había llevado el .50.
Le pregunte sobre el rifle y me contó que, que era un objeto que estaba en la familia y que con él había aprendido a tirar su padre, él mismo y sus hijos. Luego agrego: -Se que te voy a sorprender.- Me quede pensando.
Comenzamos a tirarle a las pobre latas, se sucedian los “plocks”, creo que el término “plincker” debería ser suplantado por “plockers” ya que plinck es mas de tirarle a una figura metálica de un cierto grosor...y con arma de fuego.
Cuando le llego el turno a Alberto, me pareció raro el hecho de que con una especie de aceiterita de bronce, le ponga un gota de un liquido, supuestamente aceite, en el puerto de transferencia antes de cada tiro. El tema es que el rifle hacia un ruido seco y un poco mas fuerte que los nuestros al disparar y largaba un poco de humo, en aquellos tiempos nada sabíamos del “dieseling”. Se notaba que el tipo sabía lo que hacia y la tenia muy clara de años, le pregunte que le ponía y me contesto sonriente: es un secreto de familia.
En principio pensé que el hecho de ponerle algo entre tiro y tiro, era un vicio que había trasladado de la avancarga donde gustan de valerse de cachivaches y preparaciones pero no era así, tenia una finalidad bien clara.
La cosa se notó cuando nos comenzamos a alejar de las latas, Alberto pegaba más allá de nuestro alcance. El tipo solo sonreía entre los click y click de su mira, se notaba los años que tenia encima de ese rifle.

Apareció la primera tabla con las achuras y los rifles pasaron a un segundo plano, luego llego el vacío… En mi caso me entregué a los placeres de la carne, la conversación y por supuesto, al Malbec.
Como un refusilo sonó el desafío, mientras terminaba su copa y algo entonado, uno de los comensales le esputó a Alberto:
- Yo elijo la distancia, pongo este jarro…, si lo agujereas, no tomo más vino… por hoy…- Debió aclarar para gracia de los presentes.
- Acepto el desafío porque si no, nos vas a dejar sin tinto.- Contestó Alberto.

Así fue como el desafiante se levantó, caminó unos cuantos metros, calculamos unos setenta, clavó una varilla de construcción en el pasto y colgó su reluciente jarrito de acero inox. Si bien se lo distinguía claramente era un tiro difícil, aun para un arma de fuego. Alberto, siempre sonriente con la sonrisa del que sabe, tomo su rifle, cargó el diábolo, le puso el chimichurri, pensó un momento, le dio cuatro clicks a la mira, se puso en posición de rodilla en tierra, apuntó, volvió a corregir creo que la deriva y en medio de un respetuoso y expectante silencio, disparó.

No solo vimos que pegó sino que también escuchamos COMO pegó, el jarro dió una vuelta en la varilla y cayo trágicamente. Aplaudimos, también el desafiante, que por entonado que estuviere, no dejaba de ser un caballero. Cuando trajeron el jarro, vimos que nunca más nadie podría tomar nada en él, ahora era propiedad del grupo y con status de trofeo, se le asignó un lugar preferencial del quincho colgado de un clavito a tal efecto, como testigo de la hazaña.

Finalmente hubo alguien que se resignó a terminar las carnes, bebiendo soda en un humilde vasito de plástico.

Cuando caía la tarde seguíamos hablando del asunto, pasaron los años y seguimos hablando del tema…
Hoy la historia le pertenece al que la lea…


FINE



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